Post by isabela on Feb 25, 2010 15:29:00 GMT -5
Cáp. VIII
No conocía a nadie, solo a Ian, era un lugar diferente a los que yo conocía, era tan… etéreo, me preguntaba si ellos podían verme como yo a ellos, si me veía igual que todos o si era un bicho raro.
Me estremecí ante el recuerdo de la “sensibilización” de Ian, quien estaba parado a mi lado, burlándose de mi expresión de sorpresa; me obligué a mi misma a despertar. Tomé aire y miré a Ian.
-¿Dónde estamos?- le dije en tono ausente.
-En nuestro hogar- dijo como si estuviera en un tipo de sueño. Levanté una ceja y lo miré con incredulidad.
-Te lo juro. Aquí pertenecemos- dijo de forma convincente.
-Y vas a decirme que llegamos a aquí con solo cerrar los ojos y concentrarme en… esa cosa- dije entre dientes.
-Algo así, en teoría esto es como… el limbo y está en tu mente- no sabía si creerle, pero tenía cierta lógica. Suspiré y me encogí de hombros.
-Ven, te llevaré a la aldea- su entusiasmo era extraño, nunca se mostraba tan feliz.
Ian caminaba con prisa, mientras saludaba a las personas que veía en el camino, parecía conocer a todos, y todos parecían quererlo. Una chica morena, de cabello largo y liso se acercó a él con confianza y lo besó en la mejilla. Dudé si debía preguntar, pero una vocecilla me decía que debía alejarla. Hice caso omiso y continué siguiéndolo, todos parecían mayores de… dieciséis o más… ni un pequeño, todos eran adultos y adolescentes, de una belleza extraña, era imposible creer que toda una población fuese tan perfecta.
Una idea, tan irreal como el lugar en sí, me entró en la cabeza, un libro que había leído meses atrás. Sacudí la cabeza, tratando de borrar la idea de mi cabeza. Miré a Ian, encajaba a la perfección entre las personas que estaban allí, y comencé a creer que yo no debía estar allí.
-Angel- susurró Ian.
-¿Si?- lo miré.
-Saca de tu mente cualquier pensamiento que tengas acerca de la aldea, sobre las chicas, lo que te atraiga, solo piensa en tu… “problemita” con la energía- hizo énfasis en la última frase, mientras yo me limitaba a asentir con la cabeza –Recuerda que aquí perteneces, no sé de que color estará tu aura, pero espero que sea algo más alegre de lo que creo que está- Sentí el deseo de mandarlo a callar y exigirle una explicación a todas sus sugerencias –Controla tus impulsos y deseos- dijo con voz seria –no quiero que Aurora piense que te traje antes de lo debido, ya he roto una regla, no quiero que me reprenda ¿entendido?- asentí con la cabeza, bastante asustada asustada, no quería que me sermonearan o me reprendieran –Y cálmate, que no te hará nada- asentí nuevamente y le sonreí de la forma más genuina posible.
-¿Algo más?- pregunté fingiendo alegría.
-Sí… la otra chica se llama Luna- asentí con la cabeza –Ahora entra y cuídate, te quiero.
Era una hermosa casa, decorada con un estilo del siglo XIX, tomé aire una vez más y sonreí a las mujeres que allí se encontraban.
-¿Angel?- inquirió la más joven, de cabello rizado, rojizo, delgada, con la piel marfileña, igual a la de una porcelana.
Asentí con la cabeza dos veces, mientras alejaba de mi cabeza cualquier duda que sintiera acerca de ella.
-Tardaste un poco en llegar- afirmó una voz más grave y adulta, una mujer de ojos chocolatazos, bastante familiares, de tez morena, con algunas arrugas, el cabello rizado y abundante como el de la pelirroja, pero oscuro, oscuro como la noche.
-Lo siento, sinceramente, yo no sabía nada de esto- sentí como las mejillas se me encendían y traté de parecer más serena.
-No te preocupes, algunos tardan aún más- prometió la pelirroja.
-Por cierto, nada de pelirroja, por favor, soy Aurora, bienvenida- dijo con empatía.
-Claro, disculpa- me asustó el modo en el que se refirió a mis pensamientos, le sonreí y miré a la otra mujer, que estaba junto a una repisa.
Sacó un libro bastante grande y viejo, se sentó al lado de Aurora y le señaló una fotografía.
-Vaya, nunca lo imaginé- dijo Aurora con voz cantarina. Las miré confundida.
-A mi no me sorprende- miré a la otra mujer.
-Luna, vamos mírala, es más hermosa, ¿estas segura que es ella?- comencé a molestarme por el código que estaban manejando “Controla tus impulsos y deseos”. Me detuve a pensar y controlarme.
-Muy bien ¿Quién te enseño cómo llegar hasta aquí?- dude si debía decir la verdad o inventar algo.
-Ian- dije impulsivamente, comencé a preocuparme por él, tal vez no debí haber dicho nada que lo involucrara, pero ya estaba hecho, no había marcha atrás.
-Lo sabemos- admitió Aurora. Suspiré y las miré algo confundida.
-¿Conoces a tus guardianes?- negué con la cabeza.
-Muy bien- dijo la otra mujer, mientras se levantaba, y caminaba hacia la salida. Sentí su piel calida, más de lo normal.
Aurora sonreía alegremente –Terminamos, puedes irte si quieres-dijo con amabilidad.
Salí de la pequeña casa más confundida que nunca. Ian me miró preocupado -¿Estás bien?- me miraba como una niña pequeña metida en un problema grave.
-Sólo confundida- dije con indiferencia.
-Creo que es normal- dijo mientras comenzábamos a caminar.
-¿Y ahora qué?- pregunté con calma.
-Conoce a las personas… Si quieres- dijo con vacilación. Negué con la cabeza.
-¿Cómo puedo irme de aquí?- inquirí con un tono agudo.
-¿Estábamos en tu casa?- asentí con la cabeza nuevamente.
-Recuerda lo último que hicimos allí- lo miré enarcando una ceja.
-Seguro volveré a este lugar- el se quedó pensativo un rato.
-No, antes de la sensibilización Angel- me detuve y él se quedó a mi lado.
Todo se nubló durante unos minutos, no había ni un solo ruido, solo mi respiración. Me molestaba tardarme tanto en esas cosas, pero solo porque Ian las hacía en menos de dos minutos. Sentí el suelo sólido bajo mis pies, miré alrededor, para encontrarme con la decoración contemporánea de mi hogar, una brisa calida, una tarde soleada y el rostro de Ian.
-Puedes irte si quieres- le ofrecí.
-¿Quieres que me vaya?- me encogí de hombros y me dirigí a la cocina
-Es solo si tú quieres, estoy acostumbrada a la soledad de esta casa- admití. No respondió, todo era silencio. Dí vuelta y me cercioré de que no se hubiese ido sin decir más. Ahí seguía, sentado en el sofá.
-Ian- dije casi susurrando
-¿Sí?- me miró con calma, con la misma calma que había mostrado las primeras semanas en que nos conocimos.
-¿Dónde está tu cuerpo, si realmente no está aquí?- me senté en la silla, situada frente al sofá.
-En casa, mi casa, en un estado de trance, me aseguro de que esté “haciendo” una actividad que pase desapercibida, para que no se note mi ausencia espiritual- Asentí con la boca entreabierta.
-Creo que me iré, nos vemos… luego- prometió.
-¿Luego?- lo miré, preguntándome si volvería a verlo antes de que terminara el día.
-No te preocupes, vendré antes de que tu madre vuelva- esbozó una sonrisa y desapareció.
Impulsos.
No conocía a nadie, solo a Ian, era un lugar diferente a los que yo conocía, era tan… etéreo, me preguntaba si ellos podían verme como yo a ellos, si me veía igual que todos o si era un bicho raro.
Me estremecí ante el recuerdo de la “sensibilización” de Ian, quien estaba parado a mi lado, burlándose de mi expresión de sorpresa; me obligué a mi misma a despertar. Tomé aire y miré a Ian.
-¿Dónde estamos?- le dije en tono ausente.
-En nuestro hogar- dijo como si estuviera en un tipo de sueño. Levanté una ceja y lo miré con incredulidad.
-Te lo juro. Aquí pertenecemos- dijo de forma convincente.
-Y vas a decirme que llegamos a aquí con solo cerrar los ojos y concentrarme en… esa cosa- dije entre dientes.
-Algo así, en teoría esto es como… el limbo y está en tu mente- no sabía si creerle, pero tenía cierta lógica. Suspiré y me encogí de hombros.
-Ven, te llevaré a la aldea- su entusiasmo era extraño, nunca se mostraba tan feliz.
Ian caminaba con prisa, mientras saludaba a las personas que veía en el camino, parecía conocer a todos, y todos parecían quererlo. Una chica morena, de cabello largo y liso se acercó a él con confianza y lo besó en la mejilla. Dudé si debía preguntar, pero una vocecilla me decía que debía alejarla. Hice caso omiso y continué siguiéndolo, todos parecían mayores de… dieciséis o más… ni un pequeño, todos eran adultos y adolescentes, de una belleza extraña, era imposible creer que toda una población fuese tan perfecta.
Una idea, tan irreal como el lugar en sí, me entró en la cabeza, un libro que había leído meses atrás. Sacudí la cabeza, tratando de borrar la idea de mi cabeza. Miré a Ian, encajaba a la perfección entre las personas que estaban allí, y comencé a creer que yo no debía estar allí.
-Angel- susurró Ian.
-¿Si?- lo miré.
-Saca de tu mente cualquier pensamiento que tengas acerca de la aldea, sobre las chicas, lo que te atraiga, solo piensa en tu… “problemita” con la energía- hizo énfasis en la última frase, mientras yo me limitaba a asentir con la cabeza –Recuerda que aquí perteneces, no sé de que color estará tu aura, pero espero que sea algo más alegre de lo que creo que está- Sentí el deseo de mandarlo a callar y exigirle una explicación a todas sus sugerencias –Controla tus impulsos y deseos- dijo con voz seria –no quiero que Aurora piense que te traje antes de lo debido, ya he roto una regla, no quiero que me reprenda ¿entendido?- asentí con la cabeza, bastante asustada asustada, no quería que me sermonearan o me reprendieran –Y cálmate, que no te hará nada- asentí nuevamente y le sonreí de la forma más genuina posible.
-¿Algo más?- pregunté fingiendo alegría.
-Sí… la otra chica se llama Luna- asentí con la cabeza –Ahora entra y cuídate, te quiero.
Era una hermosa casa, decorada con un estilo del siglo XIX, tomé aire una vez más y sonreí a las mujeres que allí se encontraban.
-¿Angel?- inquirió la más joven, de cabello rizado, rojizo, delgada, con la piel marfileña, igual a la de una porcelana.
Asentí con la cabeza dos veces, mientras alejaba de mi cabeza cualquier duda que sintiera acerca de ella.
-Tardaste un poco en llegar- afirmó una voz más grave y adulta, una mujer de ojos chocolatazos, bastante familiares, de tez morena, con algunas arrugas, el cabello rizado y abundante como el de la pelirroja, pero oscuro, oscuro como la noche.
-Lo siento, sinceramente, yo no sabía nada de esto- sentí como las mejillas se me encendían y traté de parecer más serena.
-No te preocupes, algunos tardan aún más- prometió la pelirroja.
-Por cierto, nada de pelirroja, por favor, soy Aurora, bienvenida- dijo con empatía.
-Claro, disculpa- me asustó el modo en el que se refirió a mis pensamientos, le sonreí y miré a la otra mujer, que estaba junto a una repisa.
Sacó un libro bastante grande y viejo, se sentó al lado de Aurora y le señaló una fotografía.
-Vaya, nunca lo imaginé- dijo Aurora con voz cantarina. Las miré confundida.
-A mi no me sorprende- miré a la otra mujer.
-Luna, vamos mírala, es más hermosa, ¿estas segura que es ella?- comencé a molestarme por el código que estaban manejando “Controla tus impulsos y deseos”. Me detuve a pensar y controlarme.
-Muy bien ¿Quién te enseño cómo llegar hasta aquí?- dude si debía decir la verdad o inventar algo.
-Ian- dije impulsivamente, comencé a preocuparme por él, tal vez no debí haber dicho nada que lo involucrara, pero ya estaba hecho, no había marcha atrás.
-Lo sabemos- admitió Aurora. Suspiré y las miré algo confundida.
-¿Conoces a tus guardianes?- negué con la cabeza.
-Muy bien- dijo la otra mujer, mientras se levantaba, y caminaba hacia la salida. Sentí su piel calida, más de lo normal.
Aurora sonreía alegremente –Terminamos, puedes irte si quieres-dijo con amabilidad.
Salí de la pequeña casa más confundida que nunca. Ian me miró preocupado -¿Estás bien?- me miraba como una niña pequeña metida en un problema grave.
-Sólo confundida- dije con indiferencia.
-Creo que es normal- dijo mientras comenzábamos a caminar.
-¿Y ahora qué?- pregunté con calma.
-Conoce a las personas… Si quieres- dijo con vacilación. Negué con la cabeza.
-¿Cómo puedo irme de aquí?- inquirí con un tono agudo.
-¿Estábamos en tu casa?- asentí con la cabeza nuevamente.
-Recuerda lo último que hicimos allí- lo miré enarcando una ceja.
-Seguro volveré a este lugar- el se quedó pensativo un rato.
-No, antes de la sensibilización Angel- me detuve y él se quedó a mi lado.
Todo se nubló durante unos minutos, no había ni un solo ruido, solo mi respiración. Me molestaba tardarme tanto en esas cosas, pero solo porque Ian las hacía en menos de dos minutos. Sentí el suelo sólido bajo mis pies, miré alrededor, para encontrarme con la decoración contemporánea de mi hogar, una brisa calida, una tarde soleada y el rostro de Ian.
-Puedes irte si quieres- le ofrecí.
-¿Quieres que me vaya?- me encogí de hombros y me dirigí a la cocina
-Es solo si tú quieres, estoy acostumbrada a la soledad de esta casa- admití. No respondió, todo era silencio. Dí vuelta y me cercioré de que no se hubiese ido sin decir más. Ahí seguía, sentado en el sofá.
-Ian- dije casi susurrando
-¿Sí?- me miró con calma, con la misma calma que había mostrado las primeras semanas en que nos conocimos.
-¿Dónde está tu cuerpo, si realmente no está aquí?- me senté en la silla, situada frente al sofá.
-En casa, mi casa, en un estado de trance, me aseguro de que esté “haciendo” una actividad que pase desapercibida, para que no se note mi ausencia espiritual- Asentí con la boca entreabierta.
-Creo que me iré, nos vemos… luego- prometió.
-¿Luego?- lo miré, preguntándome si volvería a verlo antes de que terminara el día.
-No te preocupes, vendré antes de que tu madre vuelva- esbozó una sonrisa y desapareció.